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martes, 4 de junio de 2013

El Indio Durmiente, por Nick Triolo



El 6 de abril, organicé una carrera de 70 millas para atravesar la península de Baja, en protesta contra las empresas Estadounidenses-Canadienses que planean abrir una mina a cielo abierto, para extraer  oro de las Montañas de la Sierra de La Laguna. Fue uno de los más difíciles, poderosos y conmovedores días de mi vida. Aquí está la historia completa.

Son las nueve de la noche, estoy tumbado en el Océano Pacífico. Completamente vestido. El agua salada hunde sus fríos colmillos con frenético roce, haciendo pozos a mi alrededor y en la entrepierna. Igual que si fuera picado por cinco mil medusas. Me roba el aliento a punta de pistola con su poderoso oleaje que se agolpa sobre el cuello escaldado por el sol y se apodera de mis piernas.


Pero eso ya no importa. Simplemente ya no.
Y eso es porque el dolor se esfuma ante una creciente ola de absoluta felicidad. Esta felicidad surge por haber llegado a la meta después de correr a través de todo el ancho de la península de Baja. En un día. 70 millas. 18 horas. Ascendiendo por la cadena montañosa. Millas de carretera, millas de montaña, millas de arena. Acompañado por decenas, apoyado y seguido por miles de personas. Evento realizado por primera vez. Todo para proteger una cadena de montañas. Todo para unirse con el espacio silvestre en vez de lucrar con él. Todo en defensa de la naturaleza. Y en un momento, se terminó.

El corazón latía con violencia. Atrás, aplausos y flashes de cámara. El toque de un tambor indígena marca los ritmos cardiacos mientras, arriba, un cielo mexicano pulsa en hoguera de estrellas. Mis pupilas se recrean en este colgante cuaderno de dibujo celestial - del mito, del héroe, del enemigo, del guía - todos presentes, todos mirando con curiosidad. Y así, paso unos momentos meditando sobre mi entrega aquí, a este banco de arena bajo mis pies. Justo aquí, organizando y realizando  una carrera de protesta en las montañas de Baja California Sur, México, contra los planes catastróficos para el medio ambiente si se abriera una mina de oro a cielo abierto. Sí, así es. Aquí.

Antecedentes
El folklore mexicano local cuenta que los 276,000 acres que abarca la Sierra de la Laguna, es en realidad un gigantesco Indio Durmiente, tal vez un anciano del pueblo Pericue Pericu people , nativos que habitaban la parte sur de la Baja antes de que llegaran los españoles con sus regalos de conquista. Su perfil escarpado parece una larga nariz, ojos cerrados y brazos cruzados, con el ombligo hacia el cielo. Y soñando.

En 1994, la UNESCO designó esta área como "Reserva de la Biósfera", “Biosphere Reserve” debido principalmente a su alta tasa de especies endémicas y a la increíble biodiversidad. Con una precipitación media de 40 pulgadas por año, las montañas proporcionan la mayor cantidad de agua para las poblaciones aledañas, tan vulnerables a la sequía. En diciembre de 2012, una fuerte ansiedad se produjo en mí en esa tierra de Todos Santos, fácilmente el pueblo más encantador de la Baja. La poderosa Sierra como telón de fondo, yo estaba decidido a explorar más a fondo este hábitat extremoso. A pie, naturalmente. Viviendo aquí por los meses de invierno, me entero de una resistencia local contra los planes de las empresas de Estados Unidos y Canadá que pretenden poner una mina de oro a cielo abierto en la Sierra. Los ojos y el corazón abiertos observan las calles llenas de arte y los anuncios aquí y allá por todo el pueblo  renunciando a las propuestas mineras.

El tema es complicado, pero aquí está lo que usted necesita saber:

* Dos grandes empresas mineras, Vista Gold  y Argonaut Gold, buscan   permisos para abrir la mina de oro a cielo abierto en la Sierra.
*  Ellos lo intentaron en 2010, pero los permisos fueron rechazados debido a la resistencia pública. Los lugareños pensaron que la lucha había terminado.
*  Con la reciente crisis financiera, la demanda de oro ha aumentado pues la gente está sacando dinero de las acciones inestables e invirtiendo en oro.
*   En 2011, se agregó México a los 10 principales países productores de oro del mundo  top 10 gold-producing nations in the world.
*  Las empresas han cambiado de nombre y, reconfiguradas, están haciendo otra vez la solicitud.

5 razones por las que la minería de oro a cielo abierto open-pit gold mining es uno de los métodos más destructivos del medio ambiente de la extracción de recursos en el planeta:

Mortalidad. Estas minas utilizan metales pesados ​​como el cianuro y el arsénico para separar el de oro. Si una cantidad igual a un grano de arroz de este material entra en tu cuerpo, estás muerto.
A largo plazo. Las minas son abandonadas después de 9.5 años, mientras que los residuos tóxicos pueden durar siglos liberándose dentro de los acuíferos.
Despilfarro. Incontables cantidades de agua y recursos se utilizan en las minas a cielo abierto. Algunos informes señalan que se utilizan diariamente 100 millones de galones de agua.
No vale la pena. Un anillo de oro = 20 toneladas de residuos.
No es necesario. Aproximadamente el 80% del oro extraído se utiliza para la joyería.

Me enteré de más cosas y me enojé. Las ruedas comenzaron a girar. Preguntando, me contacté con el importante grupo activista Agua Vale Mas Que Oro, y les presenté una idea: Un día, 70 millas. Un primer cruce de la península a pie, con el mayor número posible de participantes, a través del corazón de estas montañas que las compañías se proponen minar. El inicio en el Golfo de Cortés, la llegada en el Océano Pacífico y terminar con un evento en Todos Santos.

El grupo la aceptó inmediatamente.

Y así comenzaron tres meses de incansable planificación - con artistas locales, activistas, cineastas, funcionarios gubernamentales y empresarios. Incontables horas dedicadas a reuniones, estudiando mapas, en scouting missions y eventos promocionales. Navegando entre capas culturales, burocratismo y desafíos lingüísticos, me dí cuenta que la organización ambiental en México es como un animal, completamente distinto, que regresa a casa; mucho más de lo esperado. Y con dos horas de entrenamiento diario los días previos a la carrera estuvieron muy ocupados.

Víspera de la protesta.

La Ribera es un lugar muy apacible. Papá, tía y yo llegamos un día antes a este pueblo costero, donde comienza la acción. Todo tranquilo aquí, el aire es tibio y sin dirección. El encargado del búngalo que alquilamos es un hombre excéntrico de mediana edad, que acaba de llegar a pie desde Phoenix, Arizona. Sí, caminando. 1200 millas. Hablamos acerca de los viajes a pie. Un coche pasa perseguido por espirales de polvo, anunciando con los potentes altavoces situados sobre la carrocería:

** Se vende Carne de Cabeza, Sólo por hoy! **
** Final de la Telenovela, a las 6pm, Canal 2! **
** Ven a la Plaza y apoya la Primera Carrera Pedestre Anual de Protesta Del Golfo al Pacífico! **

Impresionado por la promoción, se me hizo divertida esa forma mexicana estereotipada de dar los anuncios. El método funciona y casi la mitad del pueblo asiste por la noche a la reunión para bendecir la protesta. Los voluntarios reparten tazas de fruta para fomentar estilos de vida saludables, mientras que un enérgico instructor de Zumba exige que muestre mis movimientos. Lo hago tímidamente y la multitud se come todo. La recepción por la noche es abrumadora y refuerza el arduo trabajo puesto en este evento. Dado que las actividades se aceleran, nos retiramos, decididos a conseguir un par de pestañeos antes de que suene el insensible despertador.



El Día de la Acción.                        2:05 am. La alarma del reloj no me asustó, porque estoy despierto. Y nervioso como el demonio. Uñas acumuladas en la mesita de noche como marfil escalfado. Afuera, comienza una sinfonía canina desenfrenada por unos jóvenes tomados que van cayéndose camino abajo. Dudas invasoras provocan que unas amígdalas se hiperactiven, son asfixiantes. Demasiados preparativos para llegar a este día ¿Qué pasa si no puedo lograrlo? ¿Luego qué? Yo luchaba, luchaba y luchaba con un machete mental para mantener a raya los pensamientos derrotistas. No es por ti, Nick. Se trata de la Sierra. Es por este lugar, por este entorno silvestre en peligro de extinción. Enfócate en Ella, no en tu pequeña duda.
Nada se mueve mientras nos dirigimos a la salida. Inseguro de qué esperar, contengo la respiración a medida que avanzamos hacia arriba para llegar a la playa. Parecía una redada de drogas, faros girando, una gran congregación de personas, el jefe de la policía local se mantiene firme, acariciándose el abundante bigote. 100 pesos por una sonrisa. Saludando a los manifestantes, me entero de que varios otros corredores y ciclistas se unirán para correr este tramo. Para mi sorpresa, dos de los corredores intentan realizar todo el recorrido conmigo. El primer tipo es Pedro. Bajito, en forma y fuerte. Acaba de terminar el Cabo Ironman hace tres semanas. El otro, Eduardo, no puede ser más opuesto. Delgado, alto y jovial. No ha tenido la experiencia de un maratón, pero lo motiva la acción del deporte de resistencia y el activismo.

"Vamos a ver. Voy a ver cómo responde el cuerpo ", comentó casualmente Eduardo. Se rié entre dientes. 70 millas. No hay problema. Nuestros relojes marcan las 3:00 am y comenzamos. No hay disparo de salida, ni sirenas, ni patrocinadores. Sólo pisadas de animales, aplausos y gritos de entusiasmo. Aquí va nada. Aquí va todo.

Hacia el Pacífico.

La Luna tiene muy definida su curvatura creciente como nuestra jauría de perros que recorta la noche fría a una velocidad de 10K. Los nervios se desvanecen con el vaivén del oxígeno. Un reconocido corredor local avanza junto a mí, un pie más alto y un paso más rápido. Enfrente, el equipo de filmación se asoma por la cajuela abierta mientras papá y varios vehículos de apoyo vienen en la retaguardia. Me doy cuenta en estas primeras millas lo lejos que se siente el Océano Pacífico. La ruta ambiciosa me recuerda una escena de Napoleon Dynamite  Uncle Rico boasts he could “throw a football over them mountains.” , donde el tío Rico cuenta que podía "tirar una pelota de fútbol que traspasa las montañas." ¿Estamos realmente corriendo para atravesar toda una península? ¿Cruzando la cordillera montañosa?

¿De quién fue esta estúpida idea?

Había una radiante actividad en la plaza del pueblo de Santiago por nuestra llegada. Las sirenas policiales despiertan a los bebés, el gallo emite sus estimulantes cantos, mientras que un gran grupo de personas proporciona una avalancha de apoyo. Después de reponer energías y de algunas palabras del delegado, salimos rápidamente e iniciamos el siguiente tramo de terracería que apuntaba directamente hacia el seno de la  Sierra. Ningún metro más de pavimento desde aquí hasta el Océano Pacífico, a más de 50 millas de distancia. Suponiendo que lo logremos.

El Sol comienza a repartir sutiles ofrendas de luz mientras nos dirigimos al Oeste. El delegado de la comunidad va a mi lado, montado en una bicicleta, y comentamos la importancia de la participación ciudadana en los temas ambientales del lugar.


"No hay una economía cuando tenemos una planeta muerte." Afirmé a través de una entrecortada respiración. No hay economía en un planeta muerto. Sonó gracioso en español, pero él lo entendió. Me encuentro aquí dialogando con un importante funcionario del gobierno mexicano que maneja su bicicleta al amanecer, mostrando públicamente su rechazo a la minería de oro en Baja. Esto me infunde ánimos.

Una extensión circular con relieve de granito y tierra arrugada nos permite el humilde acercamiento. Ese gran muro de tierra que tenemos al frente se yergue vertical, más que recto, como espagueti sin cocer. Me tomo un momento para revisar el grupo de manifestantes. Algunos se han quedado atrás, otros se miran fuertes. Pedro, con el pañuelo en su cara parece un miembro de los Zapatistas. Corredores y ciclistas. Hombres y mujeres. Jóvenes y adultos. Todos nosotros, simples extraños horas antes, y ahora una fuerza de pensamiento en acción. Una célula, un cuerpo, un representante, una  resistencia -corriendo, respirando, pensando, dudando, sufriendo, amando. Todo en conjunto, los descansos para ir al baño, los suspiros y el sudor en los ojos forman una armonización filarmónica peatonal como un todo. Abbey’s Bonnie y Doc estaban en lo cierto:

"Estamos todos juntos en esto."

El camino se hace tortuoso, las paredes del cañón se extienden hacia lo alto y un arroyo, que corre paralelo a nosotros, susurra dándonos su apoyo. Los primeros ranchos aparecen y con ellos los ojos bondadosos de sus habitantes. Sombreros de vaquero, piel curtida y sonrisas. Me estremecí con las penetrantes luces y sonidos de nuestra escolta policial que retumbaban en la montaña. La familia del rancho, con quien estuve en una expedición anterior
previous expedition esperaba mi llegada y, cuando los veo, las endorfinas ponen en acción mis habilidades sobre el idioma español y tropezándome con las palabras les expreso mi gratitud. La hermana mayor, Betty, decide correr conmigo hasta el final del camino, su sonrisa es una inyección intravenosa de solidaridad.

Cubriendo unos 50K antes de las 8am, por fin llegamos al final de la carretera de terracería. Nuestra caravana de apoyo se reúne para festejar que todos los manifestantes están bien. No se registraron lesiones hasta el momento. Lo que tenemos ante nosotros es revelación pura, 12 millas, 6,000 pies de ascenso vertical, expuestos por la vereda bajo las elevadas temperaturas. Toda la montaña en sí, nos ofrece otra distancia maratónica, esta vez entre cerros, losas de granito, senderos de burro y calor. Pablo y Eduardo continúan todavía, pero los veo fatigados. Con ojos hundidos, más serios. Sal que se apelmaza en su cara. Suciedad en todas las comisuras y hendiduras. Eso es todo. No más caravana ni personal médico. Aquí es donde las cosas empiezan a ponerse interesantes.

Papá me entrega mi paquete completo para llevar y me tomo un momento de recalibración mental. Huele el alma de este lugar, Nick. No, más profundo. Tómalo profundamente en tu pecho. Ella está viva. Este lugar acoge, se eleva y penetra en el cielo y en la tierra. De ella brotan los retoños, las flores y las bebidas, y siente, se llena de follaje, florece y suelta sus hojas secas. Ella baila. Y ella escucha. Así que estás aquí por Ella. Respira tu intención con cada canijo paso mientras subes esta montaña, porque Ella sabe que estás aquí.

Ella te quiere aquí.

Nos envían bendiciones mientras el bosque nos traga a los tres. La multitud ahora ha desaparecido de la vista, nos miramos el uno al otro y nos sentimos en el evidente umbral del cruce. Alguien manipuló el reloj y ahora nos movemos a una frecuencia diferente. No hay marcha atrás. El ascenso comienza en las fauces de la gran Sierra, concentrados en la protesta de hoy, en un espacio silvestre que merece danzar sin ser molestado, libre de cercos multinacionales o laderas mutiladas. A Danzar.

Se siente bien seguir el hilo de la vereda polvosa. Y peligrosa. Hace dos semanas, alguien se perdió en esta sección. Fue encontrado tres días después, apenas con vida. Al cruzar una sección de cantos rodados desordenados aventajo a los demás, siento algo que me picó la parte  superior de la pantorrilla. Miro hacia abajo, un enjambre de avispas gigantes rodea mis tobillos, una de ellas hunde su aguijón en la carne. Pólvora peligrosa del cañón. ¿Soy alérgico? ¿Las inyecciones de Epi-pen?

Oprimí el área inflamada, enfrié la hinchazón con la ración de agua. Visualizo la inflamación llegando a las cejas, a los ganglios linfáticos, los pulmones se contraen. Respira, hombre. Estás bien. El dolor no desaparece y sin embargo mi terquedad sólo se alimenta de tal agonía, gruñendo más fuerte y corriendo con más dificultad. Enseguida la pantorrilla dispersa el veneno hacia nuevas fibras musculares y me estremezco con cada paso.

A mitad de la subida, un guarda parques se nos une para compartir esta zigzagueante sección final, tan implacable como el aumento de la temperatura. El sendero se aplana y sin timidez arribo a las praderas de la alta montaña que significan el final de nuestro ascenso. Eventualmente encontramos y atravesamos antiguos lechos de lagos y llegamos a la estación del guarda bosques, escondida entre un bosque de Pinos.

La meditación me inunda con impresionantes imágenes y renuncio a mi pequeño manojo de cartas a cambio de esas mucho más importantes, siento la gravedad de la comunidad terrestre al ser invadida por esas empresas extranjeras que se comportan como adolescentes irresponsables. Los calambres, el veneno de avispa circulando, el calor, los interminables millas que faltan. Todo se evapora al conocer el daño que se produciría si las empresas mineras llegaran aquí. Con profundo convencimiento recupero el ritmo de mis pasos que martillean bajando la ladera de la montaña con total determinación.

Las horas y kilómetros empiezan a acumularse. El tronco del árbol es un asiento, bajo mi cabeza rendido por el esfuerzo. Me asomo entre los matorrales para ver si vienen Eduardo y Pedro pero no se ven por ninguna parte. Los pinos y robles como guardianes parados, indican el considerable cambio de altura, desde donde horas antes estábamos navegando entre la vegetación desértica de la Baja. La crujiente galleta de amaranto desaparece en mi boca, se pegó en la barba porque con avidez ingiero las migajas de la envoltura de plástico. El incinerador interno está trabajando duro, por lo que cada caloría cuenta mucho.

Después de 30 minutos nadie llega, así que continúo solo. Atravieso la cima de la montaña, me río de puro desanimo porque ahora puedo ver las millas que quedan por recorrer. Los ojos siguen la pendiente de la montaña, un descenso vertiginoso de 11 millas, 6,000 pies, montaña abajo se divisa toda la vereda sinuosa hasta el majestuoso Pacífico.

12 horas de recorrido y los calambres se vuelven permanentes. Busco desesperadamente algo que me ayude, pero no hay nada para mitigar estos espasmos. El Tonglen viene a la mente, un sencillo ejercicio budista para asumir el sufrimiento de los demás, con cada inspiración. Intento concentrarme en el dolor causado por la minería a cielo abierto, y aparecen caras angustiadas. Camas de hospital. Madres llorando. Niños enfermos. Muerte, niños pereciendo. Un infante recibe el IV tratamiento intravenoso de una bolsa colgante con cianuro. El búho Cape Pygmy limpia sus alas en un arroyo contaminado. Mi piel se desprende como la corteza medicinal del Torote que se cae prematuramente, incapaz ahora de curar a la gente porque su piel se ha vuelto nociva.

Dos horas después de abrumadora lucha cuesta abajo, un grupo de jóvenes estudiantes mexicanos me da la bienvenida al llegar a la falda de la montaña. Revitalizado por su apoyo, buscamos una sombra y charlamos sobre el ambientalismo mexicano. Me reanimo con el intercambio, repentinamente Eduardo aparece en la escena y no puedo estar más feliz, pues no he visto a otro corredor durante varias horas. Pedro está varias horas atrás, pero moviéndose. Nos abrazamos y festejamos junto a la entrada del parque, fusionando la fatiga durante unos momentos.

Papá, tía, el equipo de filmación, la escolta policial, el guarda parques, el personal médico, los voluntarios y espectadores nos dan una abrumadora bienvenida cuando llegamos a la estación. Dos solitarios caminantes, agotados, se arrojan en la tierra, casi muertos. Eduardo y yo nos refugiamos en una cabaña con techo de palma para resguardarnos del calor. 15 horas intensas, el cuerpo de Eduardo es una bolsa flácida, adolorida y el mío no está nada mejor. Sin embargo, me reanimo otra vez por la presencia de caras conocidas y sé que lo peor ha quedado atrás. Todo lo que queda ahora es un camino arenoso de 12 millas y enfilar hacia la autopista. Así que después de descansar un poco, me levanto, me quito todo, excepto el short y los zapatos, y comienzo a poner tenazmente un pie frente al otro.

Las últimas millas consumen toda la fortaleza restante. La energía y el temperamento se agotan a la puesta del sol. No hay montañas físicas para cruzar ahora, sólo Himalayas psicológicos. El cuerpo grita desde la punta de los pulmones que hay que parar, acurrucarse bajo el arbusto en posición fetal y darse por vencido. El pie izquierdo está dañado, sin duda una lesión por el estrés. Las ampollas me punzan, no podrían doler más profundo.

La oscuridad llega, las luces de mi caravana de apoyo iluminan, de manera diferente, un pedazo del solitario camino frente a mí. Papá y mi tía me expresan su apoyo, pero yo sólo puedo responder con gemidos. Eduardo ya no se mira por ningún lado. Bien, ahora más allá de 100 kilómetros. Mientras me observo marchando en actitud derrotista, se acerca una furgoneta con manifestantes y una figura alta y esbelta desciende y corre hacia mí. Agudizo la vista y me doy cuenta que es mi amiga Meghan.

"Wow," dice riéndose. "Te ves como mierda, hombre." Mujer honesta, sin tapujos. Nos reímos, abrazamos y empezamos a correr juntos. Me lleno de su entusiasmo y el ritmo se acelera.

Al fín, llegamos a las luces de carretera. Un puñado de manifestantes se unen en la última milla hacia la playa, su energía reconforta mi barco a la deriva. Puedo oler el establo ahora, y al decir establo me refiero al penetrante olor del pescado podrido de Punta Lobos, un lugar popular donde los pescadores descargan su botín.
 
Las alucinaciones comienzan a mostrarme una pista de aterrizaje que orienta a este maltrecho avión de combate para tocar Tierra. Mi imaginación está en lo correcto y somos recibidos por un enorme y alineado grupo de seguidores con linternas que marcan el final del camino. Los zapatos se entierran en la arena, al tiempo que un círculo de tambores detona la celebración. En un instante, el majestuoso Pacífico se encuentra ante mí, ovacionando con sus manos en son de respecto. El agudo sonido de la arena al moverse y la niebla salina me invitan a tirarme en la marea espumosa para sentir la fuerza de esta gigante criatura que respira. Yo digo, sí.
Y por fin se terminó. 70 millas. Lo logré.
Minutos después, Eduardo y Pedro llegan en una ambulancia, todos sonriendo y cojeando. La rodilla de Pedro se lesionó al descender por la montaña, y el cuerpo de Eduardo desfalleció a 6 millas de la meta. Compartimos un largo abrazo por el esfuerzo de hoy, luego agarramos camino hacia la plaza del pueblo.

Es sábado por la noche y Todos Santos está que arde. Mañana dará comienzo la popular carrera de carros Off Road, así que esta noche es la fiesta previa a la carrera. Niños llorando, perros ladrando. Coches tocando la bocina. Música a todo volumen. Humo. Cervezas. Grupos de mexicanos llenan los restaurantes. Nuestra gran protesta ocupa las calles y todo el mundo se detiene a observar. Disfruto este peculiar paso entre dos mundos. El recorrido a pie contrasta con una carrera de carros. El animal frente a la máquina. El aliento en vez de escape. Las cavidades del corazón se asemejan a las del motor.
La sangre en lugar aceite. Me siento fuerte de haber recorrido 70 millas a pie hoy, mientras ellos se preparan para una travesía similar impulsados por combustible. Me gustaría que dejaran su costoso entretenimiento y se unieran a nuestra lucha, por una causa que, sin duda, afectará a sus familias, a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Una multitud increíble aguarda nuestra llegada - habitantes locales, gringos, medios de comunicación, música y artistas. Los voluntarios reparten información sobre el tema, mientras que Eduardo, Pedro y yo cojeando subimos al escenario para los discursos. Pronuncié un discurso de cinco minutos en español ante cerca de cien personas, expresando a todos mi agradecimiento por todo su apoyo. Eduardo me hace llorar con su discurso sobre la fraternidad establecida este día en las montañas. Los delegados y activistas locales hablan para reafirmar que ese tipo de mineras no son bienvenidas aquí en Baja y que recibirán nada más que oposición en constante crecimiento. 

Y no, no hay medallas de oro para repartir.

Posteriormente, durante una entrevista corta para la radio, un niño mexicano me jala de la camiseta preguntando si le puedo dar mi gorra. Esta gorra de la buena suerte me ha acompañado durante años. Tiene escrito enfrente "Que lo salvaje sea tu iluminación". Me quito la empapada, maloliente y salada gorra y, disculpándome por ello, se la entrego. 

Él se llena de alegría, se la pone hacia atrás y me regala la suya a cambio. La interacción me llegó hasta el corazón, como una confirmación del futuro - de este lugar, este país, este planeta. Ahora tú sostienes una antorcha de responsabilidad compartida por la defensa de la salud de la Tierra y de la comunidad. Ahora corre con ella.

El evento nocturno gira a nuestro alrededor con artistas cómicos y danza tradicional. Me llevan a casa agotado y temblando sin control, me dejo caer sin vida en la cama. Cubro mi traumatizado cuerpo con un edredón cosido a cuadros, con profunda satisfacción y agradecimiento, con verdadera solidaridad.

Y justo cuando cierro los ojos, siento en algún lugar el sutil movimiento de un gigante indio dormido.

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El 6 de abril de 2013, tuvimos éxito al abrirle los ojos a miles de personas sobre la importancia de preservar la naturaleza, de ayudar a las tierras natales a prosperar sin ser explotadas. Tal vez esto es lo que el viejo cuento popular está tratando de transmitirnos para ayudarnos a recordar el indigenismo sagrado de la tierra, y también para reconocer al indígena que vive dentro de todos nosotros. No estoy sugiriendo una organización de tradiciones indígenas, sino más bien la simple conexión de nuestro ser con la Tierra y sus criaturas, mensajeros que alimentan el alma, hablando en un lenguaje más antiguo que las palabras. El que toma el amor de la rojiza puesta de sol o prueba el alimento del colibrí en la suculenta fruta de la cactácea Pitaya. El que danza extasiado ante el destellante fuego como reflejo que muestra una cualidad interna original, dentro de algunas cámaras psíquicas boscosas.

Lo sepamos o lo creamos, todos somos descendientes de ese linaje originado en la naturaleza. Todos somos nativos de este planeta, de este fecundo poema de mágicos cantos melodiosos de sensible canción, de incomprensible complejidad y misterio. Y en la actualidad vivimos una época de colapso generalizado del medio ambiente, sintamos plenamente esta santidad con el "dócil animal de nuestro cuerpo, “soft animal of our bodies.”  Percibamos, a las industrias destructivas y sus hábitos de consumidores miopes, como una violación a nosotros mismos, un robo a cielo abierto de nuestro propio tesoro individual. Por esa razón, cuando las tierras nativas se ven amenazadas, decimos que no. Cuando se destruye la semilla nativa, decimos que no. Cuando se margina a los hermanos y hermanas indígenas, decimos que no. No. No hay tiempo. Por lo tanto, luchemos urgente y radicalmente por la causa de este acontecimiento compartido.

Vamos a despertar al Indio Durmiente. Él habita en todos nosotros.

Fuente:  The Jasmine Dialogues
Traducción del inglés al español por Ma. Elena García Destellos del Saber