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lunes, 2 de enero de 2012

ATRÉVETE A CRUZAR LA PUERTA, por Ma. Elena García García


Ayer, mientras preparaba la cena de fín de año, un visitante alado entró en mi cocina. Al principio pensé que era una mosca y me dispuse a espantarla para que se fuera y no se posara en los alimentos, pero casi inmediatamente reconocí el sonido de las alas y la ví –era una abeja. Pensé que la había atraído el olor del chocolate, uno de los ingredientes del mole que estaba preparando para la cena, así que le acerqué el empaque que contenía bastantes residuos del exquisito y aromático dulce para que pudiera llevar un poco a su panal.





Pero la abeja ni siquiera se acercó, tal vez en ese momento se dió cuenta que estaba en un lugar extraño para ella y buscó una vía de escape; entonces voló hacia la pequeña ventana que está cerca del techo e intentó salir hacia el amplio patio, lleno de luz solar que estaba frente a ella. 

Por costumbre, esa ventana siempre está cerrada pero ella no lo sabía, se desplazaba sobre el vidrio hacia arriba y hacia abajo y en poco tiempo, al no haber espacio para seguir el vuelo, su peso la vencía y caía sobre la marquesina de la ventana. Eso lo hizo varias veces, en cuanto caía en la marquesina levantaba otra vez el vuelo y casi de inmediato volvía a caer, y otro vuelo, y otra caída; pero eso a ella no le importaba, al contrario, se aferraba con gran pasión en conseguir su objetivo porque ese le parecía el camino correcto y valía la pena luchar por él, y a pesar de que cada intento era un claro y doloroso fracaso, ella seguía gastando su energía, sumergida en la ilusión de conseguir su deseo.

Mientras tanto yo, con una mano movía el mole para que no se quemara, pero mis ojos y mis pensamientos estaban puestos en ese pequeño y laborioso animalito. Admiraba sus repetidos esfuerzos y tenacidad por lograr su objetivo pero a la vez pensaba “qué bueno sería si en una de esas caídas se detuviera y volteara a su alrededor para ver otras alternativas, entonces se daría cuenta que hay tres puertas abiertas por las cuales puede pasar sin ninguna dificultad y que cada una es la entrada a espacios donde puede vivir nuevas y emocionantes aventuras”.

Pensé que así somos la mayoría de los humanos. Nos aferramos a la ilusión de conseguir un objetivo porque nos parece que eso nos permitiría sentirnos más felices, completos y libres. De tal manera que nos apasionamos por continuar con nuestra pareja, aunque ya no haya puntos en común y en lugar de amor reine el sufrimiento y la frustración. O tal vez estés aferrado a estudiar una carrera y no haz logrado entrar en esa universidad de tu elección porque no pasaste los exámenes o porque no puedes pagar las altas colegiaturas. Quizás llevas mucho tiempo buscando un mejor trabajo pero no has encontrado el que se ajuste a tus expectativas.  O te sientes desorientada porque no estás con la gente adecuada en el lugar indicado.

Si es así, detente, tómate el tiempo necesario para visualizar otras alternativas y replantear tus estrategias. Todo lo que buscas está ahí, sólo atrévete a cruzar la puerta.  Escucha tu voz interior, ella siempre sabe lo que es bueno para ti. Permítele ser tu guía, así te sentirás acompañada aunque estés sola, te sentirás optimista a pesar de tus tropiezos y serás capaz de ver los regalos que el Creador te ofrece a cada momento para que seas feliz. 

Puedo terminar aquí este escrito, pero siento que debo contarte como termina la historia de la abeja porque nos deja un buen mensaje para reflexionar. Resulta que en uno de sus intentos, la abeja se desplazó al cristal que estaba a su izquierda, seguramente le pareció una alternativa diferente y aunque obtenía el mismo resultado indeseable ella no se detenía ni un instante, subía y caía repetidamente. En su último intento se acercó demasiado a la esquina de la ventana y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos y sin que ella ni yo lo esperáramos ni deseáramos, saltó una araña y con gran habilidad empezó a atarla con sus resistentes hilos; la abeja luchaba desesperadamente por liberarse pero le fue imposible romper las ataduras que cada vez la dejaban más inmóvil. Mi primer impulso fue ayudarla a liberarse pero luego pensé que no sería justo para la araña, después de todo la atrapó porque es parte de su cadena alimenticia y ella también tenía el derecho de disfrutar una exquisita cena de fín de año.