Ayer, mientras preparaba la cena de fín de año, un visitante alado entró en mi cocina. Al principio pensé que era una mosca y me dispuse a espantarla para que se fuera y no se posara en los alimentos, pero casi inmediatamente reconocí el sonido de las alas y la ví –era una abeja. Pensé que la había atraído el olor del chocolate, uno de los ingredientes del mole que estaba preparando para la cena, así que le acerqué el empaque que contenía bastantes residuos del exquisito y aromático dulce para que pudiera llevar un poco a su panal.
Pero la abeja ni siquiera se acercó, tal vez en ese momento
se dió cuenta que estaba en un lugar extraño para ella y buscó una vía de
escape; entonces voló hacia la pequeña ventana que está cerca del techo e
intentó salir hacia el amplio patio, lleno de luz solar que estaba frente a
ella.
Por costumbre, esa ventana siempre está cerrada pero ella no
lo sabía, se desplazaba sobre el vidrio hacia arriba y hacia abajo y en poco
tiempo, al no haber espacio para seguir el vuelo, su peso la vencía y caía
sobre la marquesina de la ventana. Eso lo hizo varias veces, en cuanto caía en
la marquesina levantaba otra vez el vuelo y casi de inmediato volvía a caer, y
otro vuelo, y otra caída; pero eso a ella no le importaba, al contrario, se
aferraba con gran pasión en conseguir su objetivo porque ese le parecía el
camino correcto y valía la pena luchar por él, y a pesar de que cada intento
era un claro y doloroso fracaso, ella seguía gastando su energía, sumergida en
la ilusión de conseguir su deseo.
Mientras tanto yo, con una mano movía el mole para que no se
quemara, pero mis ojos y mis pensamientos estaban puestos en ese pequeño y
laborioso animalito. Admiraba sus repetidos esfuerzos y tenacidad por lograr su
objetivo pero a la vez pensaba “qué bueno sería si en una de esas caídas se
detuviera y volteara a su alrededor para ver otras alternativas, entonces se
daría cuenta que hay tres puertas abiertas por las cuales puede pasar sin
ninguna dificultad y que cada una es la entrada a espacios donde puede vivir nuevas
y emocionantes aventuras”.
Pensé que así somos la mayoría de los humanos. Nos aferramos
a la ilusión de conseguir un objetivo porque nos parece que eso nos permitiría
sentirnos más felices, completos y libres. De tal manera que nos apasionamos
por continuar con nuestra pareja, aunque ya no haya puntos en común y en lugar
de amor reine el sufrimiento y la frustración. O tal vez estés aferrado a
estudiar una carrera y no haz logrado entrar en esa universidad de tu elección
porque no pasaste los exámenes o porque no puedes pagar las altas colegiaturas.
Quizás llevas mucho tiempo buscando un mejor trabajo pero no has encontrado el que
se ajuste a tus expectativas. O te sientes
desorientada porque no estás con la gente adecuada en el lugar indicado.
Si es así, detente, tómate el tiempo necesario para
visualizar otras alternativas y replantear tus estrategias. Todo lo que buscas
está ahí, sólo atrévete a cruzar la puerta. Escucha tu voz interior, ella siempre sabe lo
que es bueno para ti. Permítele ser tu guía, así te sentirás acompañada aunque
estés sola, te sentirás optimista a pesar de tus tropiezos y serás capaz de ver
los regalos que el Creador te ofrece a cada momento para que seas feliz.
Puedo terminar aquí este escrito, pero siento que debo
contarte como termina la historia de la abeja porque nos deja un buen mensaje
para reflexionar. Resulta que en uno de sus intentos, la abeja se desplazó al
cristal que estaba a su izquierda, seguramente le pareció una alternativa
diferente y aunque obtenía el mismo resultado indeseable ella no se detenía ni
un instante, subía y caía repetidamente. En su último intento se acercó
demasiado a la esquina de la ventana y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos
y sin que ella ni yo lo esperáramos ni deseáramos, saltó una araña y con gran
habilidad empezó a atarla con sus resistentes hilos; la abeja luchaba
desesperadamente por liberarse pero le fue imposible romper las ataduras que
cada vez la dejaban más inmóvil. Mi primer impulso fue ayudarla a liberarse
pero luego pensé que no sería justo para la araña, después de todo la atrapó
porque es parte de su cadena alimenticia y ella también tenía el derecho de
disfrutar una exquisita cena de fín de año.