twitterfacebookgoogle plus
linkedinrss feedemail

martes, 13 de noviembre de 2012

Impermanencia, por la Dra. Elena Moreno




             Nada es permanente. El cambio es la única ley inmutable. Nos rodea en la cadena interminable de nacimiento y muerte, involución y evolución, crecimiento y destrucción. Podemos resistirnos al cambio o fluir con él, incluso provocarlo, pero no podemos evitarlo, ya que es el factor innegable de nuestra existencia en la materia. Dentro de los mundos divinos la existencia es infinita, eterna, inmutable y absoluta. En el mundo material, nuestro mundo, la existencia es finita, mortal, temporal y condicional.

             La impermanencia no es algo negativo. De hecho, el cambio y el hecho de que estemos constante y específicamente sujetos al cambio es la base misma de nuestra realidad en tiempo y espacio. Todas las cosas tienen limitaciones. Todas las cosas en nuestra vida se miden en términos finitos. Nada nunca es lo mismo. Todo está siempre transformándose y evolucionando. Nuestra existencia está sujeta a la decadencia y la muerte. Sin embargo, ninguna cosa puede ser destruida, sólo transformada.

             Estamos totalmente sujetos a un mundo lleno de condiciones, limitaciones y circunstancias que definen nuestro entorno y dictan nuestros cambios. Hace demasiado calor o demasiado frío, la lluvia es fuerte o la nieve es intensa. Tenemos que comer, necesitamos dormir y sin agua ni aire rápidamente pereceríamos. El árbol florece, el fruto brota, madura y cae al suelo donde se descompone e incorpora de nuevo a la tierra. El soplo del viento mueve el pelo de la cabeza de un niño, quien sonríe y causa una risilla de su madre y el aplauso del padre, ya que cada pieza se mueve en respuesta a la otra, en un flujo constante de causa y efecto. Una sobre otra son las condiciones de nuestro ser dentro de los estrechos límites del mundo material. Todo se mueve, todas las cosas están evolucionando, nada permanece para siempre.

             La gran ironía de la impermanencia es que los humanos temen el cambio y están siempre buscando la seguridad de la permanencia. A todos nos gustaría ser como la oruga que se convierte en una mariposa hermosa, pero la mayoría de nosotros no estamos dispuestos a hacer lo necesario para lograr la transformación. Nos parece que el cambio es extremadamente amenazante y con frecuencia nos resistimos a ir hacia incómodas condiciones dolorosas; más que hacer un cambio hacia lo desconocido, nos aferramos a lo conocido, nos condenamos a circunstancias que están lejos de lo ideal. Nos agarramos, aprovechamos, enganchamos y aferramos a las cosas que reconocemos y entendemos. Lo desconocido es rechazado.

            Queremos que nuestras vidas sean diferentes. Queremos algo más para nosotros mismos, pero creemos que deberíamos mantener todos los elementos de nuestra vida presente y, de alguna manera, aún experimentar la transformación. A menos que estemos dispuestos a hacer cambios, no habrá lugar para nosotros en la transformación consciente. El problema es que si continuas tratando de mantener el status quo, haciendo las mismas cosas y actuando de la misma manera, nada permanecerá igual porque todas las circunstancias son diferentes. No se puede esperar  aferrarse al pasado estando en el presente, porque los elementos que crearon el pasado ya no existen. La permanencia sólo está en la ilusión de la memoria. Aferrándose a lo que fue, claramente rechaza el presente y niega el crecimiento y la evolución.

            La vida será más fácil si aprendemos a fomentar el cambio deliberado y significativo. Para que tenga consecuencia, el cambio debe ser consciente e interno. El cambio sin razón es a menudo despreciado y aceptado como sólo un momento. Rara vez se reconoce como una oportunidad para un cambio crucial, de hecho, incluso puede ser visto como una casualidad poco probable de repetirse con regularidad y permanencia. Y como tal, a menudo no se toma en serio. Cuando el cambio es consciente nos esforzamos deliberadamente por cultivarlo y hacerlo una parte viva de nuestro ser.

             No podemos sólo cambiar la superficie. Tenemos que cambiar el núcleo. Nuestra vida es un reflejo de lo que somos en el sentido más profundo. Si queremos que nuestra vida sea diferente, tenemos que ser diferentes. Si cambiamos dentro, cambiaremos el mundo. Todo y todos a nuestro alrededor serán transformados.

            No podemos aferrarnos al presente, porque ya es pasado. Debemos vivir en la perfección del momento y lo que es correcto para nosotros en ese momento, sin tener que preocuparnos por aferrarnos a lo que era hace diez minutos o diez años. No nos pasemos la vida defendiendo nuestro pasado o arreglándonos para el futuro. Tan sólo seamos una completa expresión de vida viviéndola como somos, donde estamos, como estamos y porque estamos en nuestra experiencia ahora.  

Para practicar:
• Por una semana trabaja muy duro, consciente de todo lo que estás haciendo,
   siempre centrándote en el presente. No pienses en el pasado o en el futuro.
• Toma una fotografía de ti misma hoy y estúdiala. Esa eres tú ahora mismo.
   Mírate a ti misma con honestidad y plenitud.
• Ve a caminar y toma particular consciencia de los detalles de ese momento:
   la temperatura, los colores, los sonidos. Concéntrate con plenitud en el
   momento y disfruta de la sensación de la experiencia a medida que se
   desarrolla.
• Si es el momento para que hagas un cambio, decide lo que quieres lograr y
   luego todos los días da los pasos sutiles necesarios para llegar allí. Recuerda
   que el cambio es un mapa de rutas. Planifica tu viaje y deliberadamente
   camina el sendero que debes tomar para llegar a donde te diriges.

Copyright 2012 Elena Moreno
All Rights Reserved 
Traducción del inglés al español por 

CLASSIC CLOCK 2
©
Andres Rodriguez | Dreamstime.com