Hace tres años tuve que
someterme a una operación. Recuerdo claramente cuando estaba en el quirófano y el
anestesiólogo me decía “voy a ponerle la anestesia, no se mueva”, por supuesto
yo estaba quieta; sin embargo, cuando la aguja se introdujo en algún punto de
mi columna vertebral, mi pierna derecha se movió en un reflejo incontrolable.
“Le dije que no se moviera”, dijo molesto el médico; le contesté que yo no
me quise mover, que mi pierna se movió
sola. “Pues voy a ponerle la otra dosis, así que no se mueva, ordenó”
Lamentablemente sucedió lo mismo, sólo que esta vez fue mi pierna izquierda la
que involuntariamente se movió, seguida por el reproche del anestesiólogo. No
sé si fue lástima o tristeza lo que sentí por él y por su falta de humanidad
para tratar a los pacientes. Queriendo autotranquilizarme empecé a orar por él,
enviándole Amor y así me fui perdiendo en el profundo sueño de la inconciencia.
Lo anterior lo relato porque fue la causa de un gran aprendizaje; como
dice el refrán “no hay mal que por bien no venga”. A los tres días de operada
era incapaz de sostener mi cabeza en posición normal, si la trataba de
enderezar me daban unos dolores tan agudos e insoportables que tenía que bajarla
y poner la frente a la altura del pecho, era peor que si estuviera jorobada.
En mi desesperación pensé que eran los músculos que estaban cansados
por los días que llevaba en cama y entonces busqué un doctor masajista que
hacía meses me había recomendado una amiga. Pero resultó que no solo era
especialista en masajes, sino que además daba la terapia reiki y era psicólogo.
Sin mucha demora me puso en un estado de trance para saber si mi dolor se debía
a que estaba pasando por la etapa de duelo, debido al órgano que me habían
quitado en la operación. Ese no era el motivo de mi malestar y por lo mismo no
funcionó; sin embargo, eso ayudó porque ahí le comenté la actitud del
anestesista y lo pesada que sentí su energía. Nuevamente el doctor me indujo al
trance y esta vez “aprisionamos” el dolor en mi puño izquierdo para reducir su
intensidad.
Preocupado por mi caso, el doctor se puso a investigar, al día
siguiente me llamó y muy contento me dijo “ya sé qué tiene, no se preocupe, en
cuatro días más usted va a estar bien, la espero mañana para su siguiente
terapia”. Me comentó que seguramente me lastimaron cuando me pusieron la
anestesia y que el cuerpo, en su sabiduría innata, necesita siete días para
regenerar las células dañadas. Y sucedió tal como lo predijo, fue increíble
constatar el poder que tiene el
organismo para sanarse a sí mismo.
Las terapias concernientes al caso terminaron y fueron seguidas por
otras que me ayudaron a trabajar con algunas cuestiones emocionales que, como
la mayoría de los humanos, cargaba con ellas sin darme cuenta y las cuales ya
no eran útiles, más bien eran cargas que frenaban mi crecimiento espiritual. Y
así de cita en cita mi terapeuta me hizo consciente primero, de lo que es un
trance hipnótico y luego, de mi facilidad para pasearme a voluntad del estado consciente
al hipnótico y viceversa.
Estar en trance es una experiencia increíble, tu cuerpo está totalmente
relajado y lo dejas ahí apaciblemente para entrar en una vibración superior
desde donde puedes trabajar para sanar alguna cuestión física, emocional o para
orar por el bienestar de la familia, del planeta, de la humanidad o simplemente
pones tu mente en blanco y disfrutas de ese maravilloso estado de paz. Eso era
en general, lo que yo hacía.
Hace unos meses asistí al curso “autohipnosis para sanar el alma” que
mi terapeuta impartió; en cierto momento del curso el doctor nos dijo que
pensáramos en algún problema que nos inquietara y nos proporcionó una hoja para
anotar tres cuestiones, la primera era la pregunta ¿Qué cosa estaré haciendo
cuando el problema ya se está solucionando? Eso me puso en aprietos pues desde
hace años dejé de usar la palabra “problema” para referirme a cuestiones que
tengo que resolver en mi vida. Todos los asistentes habían hecho sus
anotaciones menos yo y le dije al doctor: “esa palabra problema me metió en un problema porque no sé qué
escribir, es que no tengo ningún problema en mi vida” y dijo que no
necesariamente tenía que ser un problema sino algo que quisiera hacer, algún
proyecto, etc.
Entonces ví la luz, cuando vino a mi mente el próximo inicio del curso
de música, al que me había inscrito para aprender a tocar la viola y el cual
era un gran reto en mi vida, porque de música sólo sabía el nombre de las notas
musicales. Así que la respuesta a la pregunta fue: estaré aprendiendo música.
Posteriormente entramos en trance y, sin haber sostenido nunca antes
físicamente una viola en mis manos, ahí en ese nivel de conciencia, mi cabeza
giró hacia el costado izquierdo para ayudarle a mi mano a sostener el
instrumento, mientras que la derecha sostenía el arco que iba y venía rosando sus
cuerdas. Todo era tan real que acrecentó mi confianza en que sí lograría
realizar mi sueño. Pues en esos pocos minutos ya había avanzado bastantes
clases de música. Esta experiencia fue
excelente porque aprendí a utilizar el trance para darle fuerza y vida a mis
proyectos.
En el siguiente trance teníamos que identificar alguna cuestión
emocional desagradable y deshacernos de ella.
Otra vez batallé para encontrar algo que trabajar y mi mente se detuvo
en un “pequeño estrés” que me provocaba la presencia de una persona muy
querida. Antes que el doctor diera indicaciones precisas yo ya había
transmutado la vibración de esa energía incómoda en un hermoso corazón rojo,
lleno de amor y tan real que casi podía oírlo hablar; por supuesto que no seguí
la indicación del doctor de deshacerme de esa energía, al contrario, con
suavidad atraje el corazón hacia mí y nos
unimos plenamente, es decir, ahora la energía incómoda estaba transmutada en
amor y volvía a ser parte de mí. Eso me hizo reflexionar que cada uno de
nosotros tenemos cierta cantidad de energía vital y a veces permitimos que partes
de ella se conviertan en miedo, rencor, envidia, celos, resentimientos, etc.; y
si queremos volver a encontrar nuestro centro y sentirnos tranquilos y felices,
entonces debemos transmutar esa energía a su pureza original y la autohipnosis
es una de las herramientas que podemos utilizar.
Estas experiencias las comparto contigo porque intento motivarte a
buscar ayuda psicológica si tienes problemas en el trabajo, con los hijos, los
padres, la pareja o si sientes que algo falta en tu vida pero no puedes definir
qué es. No es que estemos locos, todos los que nos creemos “normales”
necesitamos un especialista que nos ayude a reconocer nuestras fortalezas y a utilizarlas
para cambiar lo que nos molesta o visualizar con más claridad nuestros
proyectos y el sendero a seguir. Después, con la práctica, tú mismo te sanarás,
pues como dijo Albert Schweitzer “Los enfermos llevan en su interior a su
propio médico”.