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martes, 16 de agosto de 2011

La India segun E. Schure

Esta semana compartiremos un extracto literal del libro "Los grandes iniciados" de E. Schure.

La india es el país de los misterios y las ocultas tradiciones, el más antiguo y de más densa historia del mundo. El Djampudvipa, la tierra erizada de montañas (como la llamó Valmiki, el homero hindú), ha visto evolucionar seres vivientes, desde los saurios y las monstruosas serpientes de Lemuria, hasta los más bellos ejemplares de la raza aria, los héroes de Ramayana, de tés clara y ojos de loto.

La India ha visto todos los tipos humanos, desde los descendientes de las primitivas razas, hasta los sabios de los Himalaya y el perfecto Buda, Sakia-Muni. Y de todo este pulular, la india ha conservado monumentos grandiosos, animales raros, tipos de humanidades desaparecidas, recuerdos de épocas inmemoriales.

A pesar de la invasión musulmana y de la ocupación inglesa, la civilización brahmánica reina como perpetua señora con sus millones de divinidades, sus vacas sagradas y faquires, sus templos en el corazón de los montes y sus pagodas, pirámides de dioses superpuestos. Allí nadie se asombra de los más violentos contrastes: al lado del misticismo y del pesimismo trascendente, las religiones primitivas celebran todavía sus agitados ritos. Los que han asistido a la fiesta primaveral de shiva en Benares, han visto con asombro a todo un pueblo, compuesto de Brahmanes y maharajás, príncipes y mendigantes, sabios y faquires, niños de porte grave y ancianos tambaleantes, salir como marea humana de los templos en la orilla del rio Ganges. Han contemplado a esta multitud , vestida de sedas suntuosas y sórdidos harapos, descender la gradas gigantescas para lavar sus pecados en las aguas pútridas del sagrado rio, y saludar con exclamaciones entusiastas y una lluvia de flores , a la aurora indica, la aurora que precede al fulgurante sol.

El mar y las montañas se han conjurado para hacer de la India el país de la contemplación y  del ensueño, rodeándolo de sus masas liquidas y rocosas. Al sur, el océano índico envuelve sus costas, casi por doquier inabordable; al norte barrera infranqueable, la más alta cordillera del globo,  “el Himavat, dosel del mundo y trono de los dioses” que le separa del resto del Asia y que parece querer juntarla con el cielo.

El poeta Valmiki parece resumir el milagro ario al comienzo de su Ramayana, cuando describe el Ganges lanzándose desde el alto cielo sobre el Himalaya, a la invocación de los más poderosos ascetas. Al principio los inmortales se mostraron en todo su esplendor y, a su venida, el cielo se iluminó con claridad deslumbradora. Luego el rio descendió y la atmósfera se llenó de espuma, como lago argentado. Después de saltar de cascada en cascada, de valle en valle, ganó el Ganges la llanura. Los dioses le precedían sobre sus carros centellantes; los delfines y las ninfas danzaron sobre sus ondas. Ganó por fin el mar, pero ni el océano pudo detenerlo. El rio santo se sumergió hasta el fondo de los infiernos y las almas se purificaron en sus ondas para remontar hacia los inmortales.